Hace como 20 años en un campamento en Michoacán, organizado por la primaria donde estuve, organizamos un concurso de eructos («Sapos» en idioma niño). El reto era ver quien podía inducirse un eructo lo suficientemente largo para poder recitar el alfabeto. El eructo era inducido tragando aire.
Pero justo antes de los playoffs, una maestra nos contó la leyenda urbana del niño al que le explotó el esófago por inducirse un eructo. La competencia acabó y se declaró el certamen desierto.
Pasamos a lo siguiente mas obvio para demostrar la hombría, a ver quién escupía mas lejos y mas consistente.
Esos eran hombres chingao.