Amanecimos bastante disminuidos después de la actividad del día anterior. Así que decidimos llevarnosla tranquila.
Nuestra primera escala fue un restaurancito llamado Neptune’s para desayunar, donde la recomendación general era un pan frances que bien podía estar anunciado en el menú como «Motherless French Toast». Yum!
De ahí nos fuimos para harlem en el camión mas lento del universo. Ya ahí aprovechamos y nos despedimos de mi Tía Rita e hicimos una parada de compras varias.
Con parsimonia vacacional bajamos a Wall Street a ver a los Ninis de #occupywallstreet, ahí nos encontramos con Amanda (Que no es nini, sino que trabaja cerca) y nos dio el tour por el parque Zucotti, justo el día anterior a que los desalojaran.
Ya que estabamos en el sur de la isla, pasamos rápido a Battery Park a comprobar que estabamos en NY. Luego emprendimos el recorrido de regreso.
Siendo que nuestros anfitriones viven en un barrio con altos índices de población griega, cerramos nuestra visita con una cena en un restaurante muy rico.
Dicen que la comida es lo mas cercano a una buena cena en el peloponeso. Hay hasta una leyenda urbana de que varias abuelitas griegas preparan a marchas forzadas la comida del lugar.
Sven nos hizo notar como eramos la única mesa donde no había un comensal local (con todo y mi perfil griego), y que tal vez por eso era que el mesero nos tenía poca paciencia. Yo mas bien creo que el mesero no era muy brillante, en particular por su cara de confusión cuando le pedimos media orden de algo: «Pero… ¡habría que partirlo en dos!» exclamó confundido.
A la parte femenina de la mesa no pareció molestarle la actitud del mesero, sino muy al contrario, y por alguna razón hasta querían dejarle la propina en el calzón. (Estaba bien parecido, dicen).
Finalmente nuestro último día fue de descompresión, pomada para los pies, empaque y asegurarnos de llegar a tiempo al aeropuerto.
Un vuelo después ya estabamos de vuelta al mundo real.